Consecuente en el peor momento

05 Abr Consecuente en el peor momento

Manuel Llorente Martín arroja la toalla. La dimisión este viernes del máximo dirigente del Valencia CF pone fin a casi cuatro años de gestión con éxitos y fracasos que, como es habitual, sólo el tiempo ayudará a poner en perspectiva.

Una decisión «meditada» según el propio afectado y que, sin embargo, ha pillado con el pie cambiado a gran parte de los estamentos de la sociedad blanquinegra. No era la primera vez que Llorente pensaba en su adiós: en aquellas semanas de finales de 2012, cuando el estadio de Mestalla hizo del «Llorente vete ya» uno de sus greatest-hits, el presidente se pensó y repensó su continuidad, siempre con su esposa Amparo como fiel consejera y principal punto de apoyo.

¿Luces y sombras? Enumerar aciertos y errores en una etapa de cuatro años podría llevarnos cientos de líneas. En aras de la brevedad, vamos con lo bueno: creación de la Curva Nord, tres temporadas clasificados para Liga de Campeones -y pienso sinceramente que este año el equipo también lo conseguirá-, pagos al día en prácticamente todas las áreas, modernización del club en aspectos vitales como las redes sociales… En el ámbito negativo: cero títulos (no olvidemos que esto es un club de fútbol), obras del estadio sin reanudar, fracaso en la renegociación de la deuda, devaluación de la cantera de Paterna, búsqueda infructuosa de ingresos atípicos, ausencia de patrocinadores y/o inversores para mitigar o solventar el problema económico, pérdida de potencial deportivo tras la venta de jugadores franquicia… Todo para que, sin querer resultar osado en dicha afirmación, estemos más o menos donde estábamos en verano de 2009, con los mismos problemas de fondo.

El tiempo pondrá al ya expresidente en el lugar que le corresponde, siempre y cuando recordemos que su mandato consistió, básicamente, en gestionar miseria. Una miseria cuyo grueso dejaron otros. Que cuando entró en junio de 2009 el Valencia era, a efectos prácticos, un equipo condenado a la Ley Concursal y, por extensión, a una pérdida de poderío económico y deportivo tan brutal que no es descabellado pensar en descensos de categoría. Ese era el panorama en aquel momento. Luego llegó el sainete patrocinado de aquel verano (Dalport), que tendría otra desafortunado secuela a finales de 2012 con similares promotores. Una ópera bufa sin cuya existencia, me gustaría recordar, quizá todo el castillo de naipes montado en torno a la Fundación VCF nunca se habría erigido. Hasta en esto hay que entonar el «Juan, gracias por todo».

Alguna que otra botella de champán se habrá descorchado en los cuarteles generales de aquellos que, movidos por el interés netamente económico -qué bien vivían bajo el abrigo de Soler-, trataron de dinamitar desde el primer día la presidencia de Llorente, tan burdamente que nunca se percataron de que cualquier dirigente, si de verdad no da la talla en su cometido, acaba cavándose su propia tumba en forma de errores de gestión. En lugar de dejar que los hechos sucediesen de forma natural, trataron en todo momento de presionar y medrar, malmeter e instigar. Quedaron retratados en su día y carecen de crédito y credibilidad, independientemente del dirigente que venga. Será el mejor del mundo si les baila el agua y unta generosamente sus bolsillos; un auténtico diablo si decide no pasar por el aro. Así está el patio. Nivelazo, oiga.

Quizá el mayor reproche que se le pueda hacer a Manolo sea el hecho de abandonar el barco ahora, justo ahora, en el momento más delicado a nivel deportivo de los últimos cuatro años, con una cuarta plaza que conquistar en nueve partidos que prometen ser a vida o muerte. En las semanas en las que menos se debía hablar de lo social, el bombazo de su dimisión produce una onda expansiva que podría afectar a la marcha del equipo en el terreno de juego.

Mal momento para escoger ser consecuente: el día en que se le cantó que se fuese, Llorente echó a Pellegrino; ahora, cuando Federico Varona y la Fundación VCF plantaron los pies en la arena y le advirtieron de que no quitarían ojo a su gestión, Manolo ha cogido la puerta y se ha largado. Eso sí, antes agotó todas las vías y tocó todos los palos para intentar granjearse los apoyos suficientes en una hipotética guerra contra este nuevo organismo, aunque dichos apoyos no estaban por la labor de entrar en conflicto con el nuevo rectorado colocado por el «factotum» que es la Generalitat. Manolo, que todo lo quería controlar, ha preferido morir antes que ser controlado. 

Lo dicho: mal momento para ser consecuente.

PD. De toda la sacudida social de este viernes y de lo que está por venir, me quedo con la anécdota: Fernando Giner se sentará en la silla presidencial de Mestalla el próximo domingo ante el Valladolid. No lo hará en calidad de presidente, puesto que quedará vacante a la espera de la próxima Junta. Pero el mero hecho de que un exjugador, un tipo que siente los colores, que ha pisado el césped vistiendo la camiseta del Valencia, sea el máximo representante del club, es motivo para sonreír en medio de tanto caos. Me consta que a Giner le ha pillado por sorpresa la dimisión de Llorente -de hecho, se encontraba fuera de la ciudad cuando se ha confirmado la noticia- y que «presidir» Mestalla este domingo supone para él cumplir su sueño como valencianista. Sólo por la esforzada contribución que él y los suyos llevan realizando los últimos años para ayudar y consolidar la Asociación de Futbolistas del Valencia, sólo por eso, el «Chufa» merece ser por un día el centro de todas las miradas.
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