Historia de un ‘bunker’

15 Nov Historia de un ‘bunker’

No recuerdo exactamente cuando comenzó. Sí recuerdo cuál era la coyuntura. Tirando de memoria, ocurrió durante la peor racha de Unai Emery en el banquillo del Valencia CF como local, en el primer trimestre de 2011. Nunca se sabrá si primero fue el huevo o la gallina, si el técnico fue el que pidió más restricciones o si fue el club el que aprovechó la situación para aplicar la primera de las muchas barreras que tenía previstas en su hoja de ruta. El caso es que la rutina recuperada después del paso del ínclito Koeman, con las sesiones de entrenamiento en Paterna a puerta abierta a excepción de aquellas focalizadas en lo táctico -a puerta cerrada-, comenzó a vencerse hacia el lado del secretismo.

Koeman había supuesto un huracán devastador para la entidad desde la misma caseta hasta la relación con los medios, increíblemente tensa tras aquel infame muro edificado en Paterna y que comenzó a escenificar la división entre el club y la prensa que lo seguía. Tras salvar los muebles -‘socarrados’ por las llamadas del descenso- en verano de 2008 y con una Copa del Rey todavía caliente y sin celebrar, llegó Villalonga -y se marchó-, se fue Soler y aterrizó Soriano en la poltrona. Con Unai en el banquillo y Fernando en la dirección deportiva, se recuperó una cierta dosis de normalidad. Sesiones de entrenamiento intensas, siempre de noventa minutos como mínimo, que la prensa podía observar desde el interior de las instalaciones de la Ciudad Deportiva desde una distancia prudencial.

Tras un par de años convulsos con Quique primero y luego Ronald en el banco, observar en primera persona aquellos entrenamientos era una absoluta gozada. Ver movimientos tácticos, coberturas, 2×1 y desdoblamientos en banda, ABPs trabajadas en su disposición, ejecución y finalización, el estado físico de los jugadores, la intensidad en los entrenamientos… Fútbol, en definitiva. Pistas que ayudaban a explicar mejor a los oyentes, durante el partido del fin de semana, por qué un futbolista era titular por delante de otro, cómo se había gestado un gol a balón parado o las variantes tácticas del entrenador durante el partido.

Por desgracia, en aquella época también empezó a vender mucho el ‘salchicherismo’ capaz de convertir en noticia del día una bronca con Alexis Ruano («¡concentración, cabrón!») o un ‘enganchón’ del técnico con Tino Costa. Vamos, anécdotas que habían pasado toda la vida (sólo hace falta recordar el «míreme a los ojitos» de Luis con Romario) y que no tenían mayor trascendencia. Sin embargo, en un entorno mediático cada vez más polarizado y con Madrid y Barça marcando la pauta, el Valencia se cogió a rueda. Quería ser igual de grande que ellos, aunque eso le costase renunciar a esa proximidad con el aficionado y el entorno que siempre lo habían caracterizado. Y, así, de golpe y porrazo, empezó a copiar todo lo malo que los dos ‘referentes’ llevaban a cabo para intentar tener éxito en su empresa.

Un buen día, la rutina habitual de cuatro entrenamientos abiertos y uno cerrado a la semana se invirtió por completo. De pronto, sólo se nos permitía ver una sesión de trabajo, normalmente la de los lunes en la que los futbolistas sólo llevaban a cabo ejercicios de recuperación activa. El resto de los entrenamientos, ‘cerrojazo’. Entrar, grabar quince minutos y salir. Fue entonces cuando empezamos a buscarnos la vida de forma habitual en la loma de Paterna, esa suerte de colina que separa la Ciudad Deportiva del Parque Tecnológico. Desde allí, piruetas, escaleras, techos de coches y algún edificio adyacente nos ayudaban a (intentar) hacer nuestro trabajo.

Con el primer ‘cerrojazo’ llegaron las nuevas barreras. ‘El Muro de Koeman’, vilipendiado universalmente por lo que representaba, se recuperó en una idea ejecutada por personas que habían ‘rajado’ del gesto años atrás. El nuevo y flamante ‘Muro de Llorente’ todavía resiste en Paterna como símbolo del primer paso que el club dio en la dirección contraria a la de su gente.

Se fue Unai y llegó el Flaco, y la puerta cerrada se mantuvo. A pesar de las protestas, escasas eso sí, que servidor y algún irreductible más expresaban en voz alta. Tiraron al Flaco y llegó Valverde, y la puerta cerrada se mantuvo. Se fue Valverde, llegaron Salvo y Djukic con los nuevos aires y la presumible transparencia… y los muros seguían en pie. La puerta cerrada no se movió ni un milímetro.

Un buen día, a finales de 2014, nos hallábamos esperando en Paterna. Como siempre. Esperar formaba parte del trabajo. Ni una queja. Meses atrás, la antigua sala de prensa había sido eliminada en favor de más espacios para duchas y vestuarios. Dijo Amadeo Salvo que los niños «no volverían a ducharse en barracones». Efectivamente, el ‘barracón’ se destinó pues para la prensa, en el nuevo Media Center ubicado junto a la cafetería. Una instalación apañada, aseada y más que suficiente para desempeñar nuestra labor. Ningún problema: nadie iba allí a pasar el rato, sino a trabajar.

Era viernes a mediodía, al filo de las dos. La comparecencia de Diego Alves se retrasaba. La venta del club estaba a un paso de firmarse, tras un proceso infame y lamentable de principio a fin. Los ánimos seguían algo caldeados tanto en la calle como en las redes sociales. El equipo, sin embargo, iba como un tiro bajo la dirección de Nuno y su cuerpo técnico. Ese viernes, el portero brasileño iba a ser protagonista. Pero se estaba retrasando más de lo normal. Cuando los quince periodistas presentes vimos su coche salir de la instalación como un rayo, a nuestra cara de incredulidad se le unía una pregunta obligada al jefe de prensa: «¿Y ahora qué hacemos?» No era una cuestión baladí: nos habíamos quedado expresamente para esa comparecencia, en una rutina en la que había declaraciones de futbolistas a diario. Una rueda de prensa de cinco minutos cada día, y la protagonizada por Nuno antes y después de cada partido. Un audio y vídeo que necesitábamos para nuestros programas de radio y tele. Lo teníamos en las escaletas. Nada inusual. Nada extraño.

Mientras el empleado del club ofrecía sus disculpas y la posibilidad de contar con declaraciones a la TV del club de Barragán a partir de las 16 horas (cuando, como era mi caso, todos los programas de radio de las 15 horas ya habían finalizado), me vino a la mente un ‘flash’ terrorífico.

Lo vi. Juro que lo vi. Y tengo a Jordi Gosalvez (Onda Cero) de testigo.

La conversación fue más o menos así: «Esto es sólo el principio», «¿Qué me estás contando?», «Jordi, ahora nos ‘quitan’ a un protagonista, mañana nos quitarán a dos por semana, pasado nos quitarán a tres… Cuando queramos darnos cuenta, tendremos una rueda de prensa como máximo cada semana, al margen del míster. Igual que el Barça o el Madrid». Jordi me dijo que exageraba y que, en todo caso, el club estaba en su derecho de hacer lo que quisiera.

Pues bien, estamos a finales de 2016. Dos años después. Y aquella visión ‘bunkerizada’ de la relación del Valencia CF de Meriton con los medios ha acabado quedándose increíblemente corta.

Hemos asumido como normal tener una comparecencia semanal de un futbolista. Hemos asumido como normal que nos echen a patadas de los entrenamientos, para que no podamos ser testigos directos del desastre técnico, táctico y físico que ha sido el equipo con alguno de los entrenadores que han pasado recientemente por el banquillo. Hemos asumido como normal que se trate a la prensa del club como el enemigo por contar que la gestión deportiva lleva año y medio siendo un disparate. Hemos asumido como normal que se prohíba a los medios informar en tiempo real a los accionistas y aficionados (DUEÑOS DEL CLUB, al menos del 18% de su totalidad) de lo que ocurre dentro de su propia Junta Ordinaria de Accionistas. Hemos asumido como normal que cada vez haya más trabas para viajar con el equipo. Hemos asumido como normal las restricciones, los obstáculos, las malas caras, las negativas y los ‘cerrojazos’. Ahora, toca asumir como normal que nos echen definitivamente de las instalaciones de la Ciudad Deportiva o que no podamos disponer de unas condiciones dignas -electricidad para los portátiles, wifi para enviar contenidos, etc.- para trabajar.

Y todo once días después de que la presidenta del club, la señora Layhoon Chan, diga en la Junta que «la relación con la prensa es de dos direcciones», que «a veces somos amigos, otras enemigos» y que «con Murthy mejorará la relación con todos». Me pinchan y no sangro.

Lo siguiente, no cuesta mucho imaginar, es cerrar por completo Paterna. Del todo. Prohibir viajar en el charter del equipo. Controlar el mensaje a través de los medios oficiales. Cerrar la tapa de la olla definitivamente, para que no se escape ni medio chorro de vapor.

Porque todo el mundo sabe que la culpa de sacar 10 puntos de 33 posibles la tienen los periodistas.

Eso es lo que hemos permitido. Somos todos culpables. Pero no todos somos víctimas. Aplaude algún seguidor valencianista despistado y obnubilado la decisión de cerrar Paterna a cal y canto, sentado anónimamente detrás del teclado o smartphone sin tener ni idea del trabajo que desempeñan los ‘curritos’ de Paterna y sin conocer realmente los efectos que esta medida va a producir. Nosotros, al fin y al cabo, sólo somos periodistas. Recordemos: correa de transmisión de la realidad a los aficionados. Ellos, y no otros, son los verdaderos damnificados por este club atortugado y escondido cada vez más al fondo de su caparazón. Luego, esos que jalean la decisión y les ‘pone’ que «fastidien a la prensa, mwahahaha» son luego siempre los primeros en reclamarnos que seamos «más duros» en nuestra línea editorial cuando la pelotita no entra. Esos, los confundidos, aplauden y elogian una medida que, al final, les va a perjudicar a ellos. ¿Flipante? Desde luego que sí.

En este absurdo ejercicio de imitación a los clubes grandes, el Valencia CF ha acabado perdiendo identidad a toneladas, desperdiciando arraigo a chorro y malgastando kilos y kilos de sentimiento de pertenencia. Este no es el club que conocimos.

Perfecto. Como ustedes quieran. La tapa de la olla ya está bajada definitivamente. Y sellada del todo. A callar todo el mundo. Pero… Si las cosas se tuercen, si la presión la hace explotar, espero que no tengan los arrestos de echarnos -también- la culpa a los demás.

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