25 Ago Twitter 2014: Horcas, antorchas y palos artificiales
La Humanidad tiene una extraña habilidad para repetir una y otra vez un ciclo con todos sus hitos, especialmente los tecnológicos. A la invención o descubrimiento del avance le sigue el proceso de adopción, la consolidación definitiva y, para rematar, la perversión del invento que precede -si no se le pone freno– a su inevitable conversión en tecnología obsoleta a la larga.
Twitter vio la luz en 2006, se estabilizó en los años subsiguientes, se tradujo al español en 2009 y hace ya mucho tiempo que forma parte de nuestras vidas. Para el periodista supone una fuente de información importante, especialmente de cara a conocer las opiniones de los lectores, oyentes o telespectadores, además de permitir saber cuáles son los ‘items’ informativos del resto de colegas de profesión al instante. Es, como cualquier herramienta, extremadamente útil si se le da un uso responsable y limitado.
Ocurrió con la pólvora. Ocurrió con las bombas de gran calibre. Ocurrió con Internet. Y ha ocurrido con Twitter. El uso gradual de la herramienta redujo a su vez el conocimiento tecnológico necesario para su empleo. Se popularizó. Y con esta expansión, comenzaron a aparecer los problemas. Lo que en una época -no tan lejana y ampliamente añorada- suponía una forma edificante de discutir, debatir, intercambiar impresiones y compartir ideas ha acabado convirtiéndose en un ‘free for all’, al estilo de los cuadriláteros de la WWF.
Incluso en la propia Twitter se es consciente -y se trabaja para parchear- algo que pervierte la raíz misma del sistema: los ‘Trending Topics’ artificiales. En primera instancia, obtener TT en Valencia, en España, en el Mundo, era producto de que un número altísimo de personas comentase al unísono sobre el mismo tema. Ahora, con apenas un par de docenas de usuarios con tiempo libre, es posible dar relevancia global a un asunto. Basta con escribir cien, doscientos mensajes repitiendo una y otra vez el mismo ‘hashtag’. Spam en cantidades industriales. Muy respetable, pero poco ético si nos atenemos a las reglas morales del invento. Ya se sabe: hecha la ley, hecha la trampa.
El spam tiene varias tipologías y, obviamente, no es necesario que te estén vendiendo productos de belleza o concursos con premios inimaginables cada minuto. Por eso también la labor de los medios en este sentido debe ser cada vez más responsable: en 2009, o 2010, un TT a nivel mundial era algo noticioso por sí mismo, por los cientos de miles de individuos que habían promovido dicho tema e debate. En cambio, en pleno 2014 un grupo relativamente reducido de personas y el ‘bandwagon effect’ pueden lograrlo sin demasiado esfuerzo. Si añadimos ‘bots’ -cuentas falsas gestionadas por ordenadores- a la mezcla, la relevancia mundial está asegurada. La noticiabilidad, en cambio, se perdió por el camino.
¿Qué es noticia, que diez mil personas hablen de #Simeone al mismo tiempo, o que cien usuarios empleen dicho hashtag cien veces en un plazo de diez minutos? Ambos hechos producen el mismo número de menciones, el algoritmo de Twitter les dota de idéntica relevancia, pero uno de ellos -el primer ejemplo- es real, tangible, un ‘hot topic’ de manual, y el otro no. Basta con hacer un rápido repaso de todas las menciones para saber si nos encontramos ante un caso u otro.
AGUJEROS EN EL SISTEMA
Dejando a un lado los TT, la aplicación más usada de nuestro tiempo posee además una serie de peculiaridades que han acabado convertidos en ‘exploits’ del sistema por parte de aquellos que lo emplean para fines maliciosos. El ejemplo más reciente tiene a la hija de Robin Williams como triste protagonista, obligada -por salud mental- a abandonar el uso de las redes sociales tras recibir innumerables mensajes insultantes u ofensivos tras la muerte de su padre.
El fenómeno ‘hater’ no es nuevo, y ha existido y existirá hasta el fin de los tiempos. Estos especialistas en dar la vuelta y tergiversar cualquier mensaje para poder criticarlo a discreción han existido desde los albores de la Humanidad. Las nuevas tecnologías, por desgracia, promueven su proliferación y glorificación a un ritmo preocupante.
Ignorar sus bravatas siempre ha sido la mejor política. Para ello, Twitter introdujo hace meses la opción de silenciar sus comentarios, haciéndolos desaparecer del TL a menos que el usuario los busque específicamente. Su uso cada vez más extendido entre personajes públicos permite al que insulta dar rienda suelta a sus más bajos instintos, y al insultado no tener constancia del mensaje. Para casos de extrema gravedad, bloquear al interfecto y reportar como spam sigue funcionando a las mil maravillas. Llamar la atención de las autoridades -que también se han puesto las pilas en materia de amenazas o insultos en redes sociales- es el último recurso, cada vez más empleado debido al aumento en el odio y virulencia de los comentarios.
Por fortuna, estos casos siguen constituyendo una amplia minoría y son incapaces de estropear una experiencia increíblemente enriquecedora para cualquier usuario. Jamás hubo tanta información a nuestra disposición. Jamás fue tan accesible para nosotros. Jamás un foro de debate tuvo un alcance tan global. Una o dos manzanas podridas nunca podrán estropear al cesto que lo acompaña. Recordando, y esto es importante, que Twitter no refleja la realidad social de un país -sigue habiendo un porcentaje significativo de la población que no usa la aplicación de forma regular, mucho menos Internet en toda su extensión-, y que sería absurdo que la sociedad permaneciese ajena lo que sus miembros más tecnológicamente hábiles opinan a través de dicho medio.
No deja de ser sorprendente, no obstante, el hecho de que muchos de los que emplean el insulto, la burla o la amenaza como moneda de cambio a nivel virtual, posteriormente no sean capaces de mantener dichas actitudes en el cara a cara. Tampoco que una postura agresiva hacia un personaje público le suponga ser bloqueado o silenciado, y posteriormente haya quejas del susodicho por no recibir respuestas a cuestiones ‘normales’ una vez el estado de furia ha decrecido.
Sin embargo, el gran misterio seguirá por los siglos de los siglos: ¿por qué seguir en las redes sociales a una persona cuyas opiniones odias o no te interesan? ¿No sería más sencillo, más edificante y más educado no pinchar el botón de ‘Follow’ y que ambos puedan seguir tranquilamente con sus vidas?
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