19 Abr Apófasis de un año para olvidar
No voy a hablar de ello. Me niego. No pienso relatar la experiencia más triste, frustrante y demoledora que he vivido en más de una década como profesional. Estoy cansado y no tengo ganas.
No tengo intención de narrar los inicios de aquel proyecto en un diario digital que podría ser de derechas (o no), y basaría gran parte de su viabilidad en que los políticos de su cuerda regasen generosamente sus arcas a través de publicidad institucional. Todo legal, por supuesto. Nunca hablaré de cómo llegué con la ilusión de hacer algo profesional, serio, riguroso, y cómo sus responsables me habría asegurado un respaldo financiero para configurar una redacción de Deportes repleta de periodistas y colaboradores de renombre.
No describiré las jornadas de catorce, quince, dieciséis horas diarias volcadas en sacar adelante el diario, con un grupo de trabajo joven y dinámico integrado por cinco o seis de los mejores periodistas con los que he trabajado al cargo de las diversas secciones. Sin días libres ni festivos. Me niego a contar cómo se nos exigía, cómo se tensaba la cuerda a diario y cómo, en cuanto la dirección se despertaba con el pie izquierdo, despedía a cualquiera sin ningún tipo de indemnización, a pesar de haber un contrato por obra –algo chapucero- firmado de por medio. Y que esos despedidos decidían no denunciar porque su situación económica, precaria, les impedía meterse en un litigio que podía costarles mucho más dinero.
Por mucho que me insistan, no realizaré una crónica de la espiral de decadencia que se adueñó del periódico prácticamente a partir del tercer o cuarto mes de existencia, con malas maneras, exigencia desorbitada, despidos fulminantes, deudas con los colaboradores (quienes, en caso de haber sido así, venían a mí a pedirme explicaciones) y una creciente sensación de impotencia. Tampoco contaré como se fueron desmantelando las secciones, cómo fueron llegando un director tras otro que apenas duraban un par de meses en el cargo mientras la soga al cuello apretaba cada vez más. Ni la baja por estrés laboral producto del agotamiento, insomnio y demás efectos secundarios de una ilusión que había mutado en pesadilla.
Y, desde luego, no relataré como un martes a principios de julio de 2014, catorce meses después de entrar a trabajar allí, uno de los directivos de la empresa me llamó por teléfono, se acercó al lugar en el que me hallaba y me comunicó que estaba despedido. «Te bajamos». “Estás fuera del proyecto”. Así, sin más. No os diré cómo me sentí, la indignación, la impotencia, la sorpresa, la desesperación de no contar ni con un miserable papel oficial, preaviso o notificación. Tampoco mi visita a los pocos días al abogado y la denuncia que hube de interponer por la manera en que fui echado de allí, la primera vez que iba a pisar un juzgado en mi vida. Y ni de coña daré cuenta de lo ocurrido en junio de 2016, dos años después del día de autos, cuando la otra parte ni siquiera se presentó en el juzgado en la vista oral ante el juez para defender lo indefendible. Ni la repetición de la jugada, en noviembre del mismo año.
No… Nada de lo anterior saldrá de mi boca. No vale la pena. La Justicia ha seguido su camino (ya hay sentencia en firme) y, demostrando que este país conserva todavía algo de dignidad y seriedad en lo que respecta a los derechos de sus trabajadores, se ha puesto del lado de la verdad.
Sí diré, en cambio, que vuestra salud mental y el bienestar de vuestro bolsillo agradecerán que, en caso de que este medio o sus responsables os rondase para proponeros cualquier cosa… ECHÉIS A CORRER. Cuanto más lejos, mejor.
El trabajo se paga. El esfuerzo se remunera. La implicación se recompensa. Los contratos se cumplen. Ninguna de las cuatro anteriores sería respetada en el hipotético caso que acabamos de plantear.
Por fortuna, sólo es eso: una hipótesis. ¿Os imagináis que existiese un mal llamado medio de comunicación capaz de incurrir en todo lo anteriormente no expuesto? ¿Y que, a fecha de hoy, siguiese aprovechándose de incautos con ilusión y ganas de trabajar?
Sería vergonzoso, ¿verdad?
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