Cambiar de aires (aka. “tú estás loco”)

24 Ago Cambiar de aires (aka. “tú estás loco”)

paco_joven

Podría ser. Podría estar completamente loco, ido, como un cencerro, absolutamente majara. No es, ni mucho menos, mi sensación personal, pero tanta gente me lo ha repetido en las últimas semanas que quizá tengan parte de razón. Les explicas tus motivos, razonas, contextualizan. Te escuchan durante un par de minutos, valoran los argumentos un instante y, en una mueca de incredulidad, sentencian.

“Tú estás loco”.

Hace más de una década, a finales de 2004, comencé a estudiar Comunicación Audiovisual (en aquella época, mero disfraz de Periodismo con un enfoque algo más específico hacia la televisión y la radio) con pocas pretensiones. El cine era realmente lo que me apasionaba, la televisión, los magazines bien hechos y cuyos contenidos no tratasen al oyente como un gilipollas. El deporte, el fútbol, había formado parte integral de mi juventud, pero era en aquel momento una nota al pie, algo secundario. De casualidad, un día entré por la puerta de Punto Radio Valencia y quedé embelesado por el micrófono, el directo, la tensión informativa de una retransmisión.

En un par de años pasaron muchas cosas en mi vida: pérdidas familiares irreparables, un crecimiento acelerado y la adquisición de madurez a fuerza de golpes. En todo ese tiempo, la radio sirvió como válvula de escape, distracción y, poco a poco, como algo más. Acabó convirtiéndose en una profesión que me motivaba, que me ilusionaba y que me ayudaba a seguir adelante.

En 2006 ya formaba parte de las retransmisiones deportivas de la casa; en 2007 recorrí (literalmente) miles de kilómetros como micrófono inalámbrico; en 2008, a los 21 años, empecé a dirigir los carruseles del fin de semana, con Valencia CF, Levante UD y Valencia Basket como protagonistas. En esas cuatro paredes viví títulos históricos, ascensos de categoría inesperados, partidos en la élite de la Champions League, decepciones capaces de sacudirte el alma y horas y horas de mi vida. Sin tregua ni descanso. Sin apenas tiempo para mí. Un sacrificio que, bien ponderado, merecía la pena.

El paso del tiempo también conllevó otra serie de cambios. La idílica situación de ‘dirigir’ las retransmisiones pasó, por motivos que no vale la pena enumerar, pronto a convertirse en ‘presentar’ y poco más. Punto Radio, una emisora de enorme potencial y repleta de periodistas jóvenes y preparados, acabó sepultada bajo las malas decisiones de unos pocos. El ERE de 2013 nos dejó a todos en la calle, aunque afortunadamente apenas pasé un par de semanas sin nada que hacer. Me enrolé en un proyecto digital muy ilusionante, que sin embargo escondía una cara oscura de tintes piratescos. La Justicia, lenta pero casi siempre implacable, completará tarde o temprano este párrafo.

En verano de 2013, se me planteó en Gestiona Radio Valencia la posibilidad de volver a hacer radio en las mismas condiciones que anteriormente. La llama de la ilusión se mantenía viva, así que acepté. Pronto quedó claro que, en la práctica, no iban a ser las ‘mismas’ condiciones. Pero había dado mi palabra. Y la mantuve hasta el último día, hasta la última hora, hasta el último minuto. 1 de julio de 2015. Entre otras cosas, porque allí conocí a gente muy profesional, apasionada y con dedicación plena a un proyecto humilde pero serio, sólido y con mucho futuro. Los meses me hicieron darme cuenta de que el problema lo tenía yo: había perdido las ganas, la ilusión por el trabajo, aunque nadie lo notase a la hora de empezar un programa o narrar un partido. Mentalmente había tenido avisos muchas veces, pero había llegado el desenlace inevitable. ‘Burnout’. Estaba quemado.

En 2014 todo empezó a encajar. Físicamente, el cuerpo me dio un aviso serio. “Para un poco, tío”, extraje cuando eché un vistazo a los electrolitos y otros elementos de las analíticas. El ritmo de trabajo era excesivo a todas luces. Pero había que seguir adelante. “No tengo tiempo de sangrar”, como decía el amigo indio de Schwarzenegger en ‘Predator’. No se ustedes qué concepto tienen del periodismo deportivo en Valencia, pero el 95% de los compañeros que tengo la suerte de conocer trabajan una barbaridad, tanto en lo referente a horas como a dedicación. Y sus sueldos no son precisamente para tirar cohetes. Ténganlo presente la próxima vez que le digan a un currito de prensa eso de “qué bien vivís los periodistas” si aspiran a no recibir una patada en la boca.

En el día a día, me descubrí desmenuzando comportamientos infames, de una desfachatez y mala educación inigualables, cortesía de esas redes sociales que tanta información y cosas buenas nos aportan y que, en las manos inadecuadas, se convierten en generadoras de violencia verbal y física sin parangón. Imagínense ustedes paseando por la calle e insultando y amenazando al primer pintor de fachadas con el que se crucen por hacer su trabajo. No por pintar mal la pared, no: simplemente, por hacer su trabajo. Eso es lo que los periodistas tuvieron (y tienen) que soportar diariamente durante demasiado tiempo. Otra decepción más. “¿De dónde sale tanta mala educación?” “¿Cómo es posible que haya gente así?” Al final, muchas preguntas y muy, muy pocas respuestas.

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Así que volví una década en el tiempo. Recordé otra de mis pasiones: enseñar a los demás. Al fin y al cabo, en diez años haciendo radio he tenido la suerte de trabajar codo con codo con ‘becarios’ que perdieron esa condición el primer día y pasaron a ser, simple y llanamente, compañeros de redacción (los últimos, Mario Lupión y Nahuel Miranda, dos J.A.S.P. de la nueva hornada). Desempolvé el inglés como idioma, quité las telarañas a los libros y volví a la universidad. Un par de meses en un instituto público valenciano te dan mucha perspectiva: los chavales hoy en día tienen mil y un problemas, circunstancias personales duras, dificultades de adaptación, etc. Sobre todo, necesitan que les escuchen. Que les presten atención. En definitiva, que les echen una mano. Y qué quieren que les diga… Si puedo ser esa persona que ayude, aunque sea mínimamente, a su mejora personal, escolar o emocional, el trabajo habrá valido la pena. Un granito de arena para evitar que los niños y adolescentes del presente se conviertan en los maleducados del mañana. Tenemos, entre todos (docentes o no), que intentarlo con todas nuestras fuerzas. Es nuestra responsabilidad.

“Estás loco”, me repiten cuando explico que dejé voluntariamente una de mis pasiones para cambiar de aires, vivir otro estilo de vida, probar cosas nuevas. Otros, en cambio, entienden la decisión. Me recuerdan que nunca dejará de gustarme el fútbol, el Valencia, el Levante, el basket, el deporte. Y que tampoco seré capaz de desconectar del todo. Que siempre podré volver. No les falta razón. Me lo paso demasiado bien haciendo lo que hago, aunque ahora mismo (como en los juegos de rol) tengo el caldero de la ilusión en pleno proceso de relleno. Me lo paso demasiado bien haciendo radio con amigos, discutiendo en tertulias, viviendo partidos con los nervios a flor de piel. Pero también gozando de algún fin de semana de descanso. O dando clase a chavales. O ayudando a un alumno a preparar un examen. O acudiendo al estadio con mis colegas de toda la vida, a los que he tenido diez años abandonados. Este año podré vivir otra vez partidos en Mestalla desde Gol Xicotet y, qué quieren que les diga, tengo también muchas ganas de hacerlo.

Todo en la vida es una cuestión de ilusión. Y, a veces, es necesario dejarla en ‘stand-by’ a la espera de tiempos mejores en lugar de perderla de forma definitiva. Los seres humanos, por fortuna, tenemos la capacidad de cultivar un gusto por varias pasiones diferentes y en ocasiones opuestas. ¿Quién sabe? Puede que en la unión del deporte, el periodismo y la docencia, encuentre algún día aquello que estoy buscando…

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