15 Abr Fuego amigo
Máxima futbolística: «Se juega como se entrena». El Valencia entrenó, a su manera, los últimos días con un maremagnum de inestabilidad azotando la entidad entre Varonas, Andreus, Fundaciones e instituciones de diverso pelaje. Demasiado caos y descontrol. Y, como no podía ser de otro modo, el partido en Cornellà-El Prat (3-3) reflejó dicho ajetreo en un duelo caótico y descontrolado.
Volvimos a ver a ese equipo plano, anodino, a merced del rival en la primera mitad. Fueron cuarenta y cinco minutos terroríficos para el espectador valencianista, que se dejaba las uñas en carne viva mientras veía a Joao Pereira descentrado, a Víctor Ruíz cometer un penalti de libro -que no fue señalado- y al mediocampo hacer aguas por todas partes. Arriba, ni Soldado ni Canales ni Jonas acertaban con la tecla. En el concurso de claridad de ideas, el Espanyol fue justo vencedor, aunque sólo supo materializar tamaña superioridad con un tanto postrero a pocos minutos de llegar al descanso. Para entonces, el parte de guerra ya era abultado: Ricardo Costa en la enfermería -al menos su lesión parece más seria que la charlotada de ampolla que impidió convocar a Rami-, Tino Costa renqueante y un 1-0 que levantar.
Con dos retoquitos, Valverde supo cambiarle la cara al equipo: Albelda a contener, Banega a repartir, Jonas y Canales a moverse entre líneas y Soldado a culminar la faena. Al menos, ese era el plan. Y lo cierto es que, con el empate del cántabro, parecía cumplirse al pie de la letra. ¡Un gol de un «trescuartista», albricias! Comprobar que, un año después, Canales sigue celebrando goles con la alegría de un adolescente es un motivo para congratularse. Sólo cabe desear que mantenga la racha goleadora o ayude a abrirla en los casos de Parejo, Ever, Piatti, Tino o Feghouli. Por cierto, el argelino calentó banquillo de partida y sólo saltó al césped en el segundo tiempo. Algunos lo calificarán de recado de Valverde. Otros, simplemente, lo llamamos justicia.
La segunda mitad transcurría con un Valencia superior en juego y ocasiones, un Soldado con la mira desviada y un Espanyol desarbolado pero sin renunciar a su oportunidad. Esta vino en forma de contra llevada magistralmente por Sergio García y Wakaso para que Verdú la clavase en la escuadra. Cara de tontos. Tendría que aparecer Jonas, el que tira del carro, el que nunca hace nada, para establecer una igualada merecida pero no suficiente. El choque estaba para ganarlo. El 2-3 de Soldado, ahora sí, cerraba el partido.
O no.
Porque, como decíamos, se juega como se entrena. Y Víctor Ruíz, aunque sí entrena, últimamente no juega demasiado. Sería injusto cargar las tintas en solitario contra el catalán, pero no podemos obviar el gravísimo error, garrafal, en la jugada del empate. Valverde ha dejado claro con sus actos que Ruíz es su quinta opción para la demarcación. Que Costa, Rami, Mathieu e incluso Cissokho están por delante. Es un error de principiante, de tensión competitiva, de «coco», de mentalidad. De llevar el fusil cargado, despistarte un instante y que se dispare al aire una bala. Casi nunca ocurre nada más allá del susto… hasta que sucede alguna desgracia. El Valencia y su dirección deportiva tienen un problema de «fuego amigo» en forma de futbolista con proyección y de futuro que no rinde a su nivel tras costar 8 millones de euros. Ocho. Millones. De euros. Y con el que el actual entrenador (¿lo será en verano?) parece no contar en exceso.
Al final de la corrida, el reparto de puntos deja sabor a derrota en los labios de jugadores, técnicos y aficionados. Por delante, siete jornadas con dos duelos directísimos ante Málaga y Real Sociedad en los quince días venideros. Y luego, la seguridad de que cualquiera de los cinco partidos restantes puede suponer una derrota que te acabe de hundir en la miseria. Este equipo es así, nos ha acostumbrado a esta irregularidad esta temporada, sólo mitigada desde diciembre por esa «flor» que Valverde parece tener para los goles pasado el minuto noventa de partido. Esta jornada hemos comprobado como, a veces, dicha flor tiene espinas muy difíciles de quitar.
Hablando de balas, el Levante tiró directamente a la basura la primera de las ocho oportunidades de las que goza para alcanzar los 43 puntos y alcanzar de facto la permanencia una temporada más en Primera División. Ocurrió en un partido durísimo de presenciar desde la grada de Orriols (0-4), descafeinado desde el primer instante, ante un rival que sí se jugaba el pescuezo. Agradezco los arreones de dignidad la gran mayoría de jugadores granotas, tanto sobre el terreno de juego como en el interior del vestuario. El sentimiento levantinista, acostumbrado al sufrimiento durante más de cien años, merece un respeto. Una goleada como la encajada ante el Deportivo, y la imagen que la acompañó, deshonran la memoria de esos aficionados incondicionales. El análisis debe ser profundo –cambios desacertados, jugadores fuera de forma de manera muy visual y evidente, sensación de que la temporada ya está «hecha»– y sosegado, pero nadie debería olvidar que el club está por encima de todo. Y de todos.
En ocasiones, el «fuego amigo» está más cerca de lo deseado.
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