01 Abr Valencia y el nacional-periodismo
Mas allá de que a algunos su orgullo (aka «coentor») les impida admitir la realidad, en general los valencianos estamos abocados a, tarde o temprano, reconocer nuestra condición de parias dentro de nuestro propio país. A nivel político viene sucediendo en los últimos años como consecuencia -lógica, en parte- de los desmanes y excesos que nuestra clase dirigente cometió el pasado reciente. Por extensión, esta sentimiento de culpabilidad que arrastramos se extiende al resto de ámbitos de la vida diaria. También el deportivo.
Atizar y/o ignorar al deporte y equipos de la Comunitat lleva siendo «trend-topic» un par de añitos ya, bien como consecuencia de lo anteriormente mencionado, bien porque es extraordinariamente fácil dar palos a entidades deportivas cuyos responsables tampoco ponen todo su empeño en defenderse de ataques externos. Si sumamos el giro radical-festivo que ha tomado la información deportiva en las televisiones nacionales en la última década, nos topamos con una coctelera demasiado indignante como para mirar a otro lado. Ya es suficiente.
En el bando levantinista, la merecida victoria ante el Sevilla (1-0) ha tenido una exigua cobertura, algo a lo que por desgracia ya estamos acostumbrados. Fue uno de los ejemplos más paradigmáticos de la diferencia entre jugar un partido y dominar un partido. Dejemos conceptos engañosos a un lado como el de la posesión de balón o el número de ocasiones: el Levante dominó el partido de principio a fin porque, en todo momento, lo que sucedía en el césped se ajustaba a su plan de batalla. Todo siguió el cauce previsto. Pese a los sustos postreros, el gol de Rubén permite a los de JIM sellar medio billete de la permanencia: sólo falta ganar un partido de los nueve restantes. Después, a soñar.
¿Y Emery? … Bien, gracias.
El Levante, precisamente, será protagonista de la prensa deportiva en los próximos días debido a su visita al Bernabeu. Estadio del que, curiosamente, el Valencia salió vilipendiado mediaticamente en la primera jornada, con Pellegrino todavía en el banquillo, por osar puntuar contra el equipo de Mourinho. Parece que han pasado mil años desde aquel día en que se tildó a los valencianistas de «equipo de barrio» y demás lindezas de similar pelaje, pero hablamos de la primera jornada de Liga. Un empate valioso por el escenario, por la cantidad de elementos en contra que cualquier equipo -especialmente el blanquinegro- suele encontrar cuando visita al Madrid y, particularmente, por la imagen de solidez, compromiso y actitud que demostró el Valencia en territorio comanche.
Con varios matices, el Valencia mostró de nuevo su mejor versión en el choque que le midió al Atlético de Madrid en el Calderón (1-1). También dominó el partido con autoridad en el primer tiempo, escondiendo la pelota a los de Simeone y buscando con precisión quirúrgica los -pocos- resquicios que ofrecía la zaga colchonera. Su único error: la absurda concesión defensiva que supuso el tanto de Falcao, instantes después lo lograr lo más complicado, que era adelantarse en el marcador. Con gol de Jonas, por cierto. Pocos fichajes en la historia del Valencia han rendido tanto o tan bien en relación a su coste. Y aún así, se le pita. Así somos por estos lares.
Como por fútbol era difícil revertir la situación, el Atlético recurrió a su faceta más bronca para cambiar la tendencia del choque. Lo consiguió, al menos estadísticamente: 21 faltas con signo rojiblanco, muchas de ellas durísimas, contra sólo 8 del conjunto visitante. Sin embargo, en lo psicológico, el Valencia no se amilanó y resistió los envites sin titubear. Igualó la agresividad atlética. El premio futbolístico fue un empate que supo a poco. El «premio» mediático, en cambio, fue una persecución en forma de reportajes acusadores a Joao Pereira y comentarios subyacentes en todos los resúmenes televisivos del encuentro que denunciaban la «excesiva dureza del Valencia» (sic) y que los ché fueron «beneficiados» por el arbitraje, infumable, de Estrada Fernández. Con dos cojones.
Cuando la cuesta se empina y la tendencia sigue siempre la misma dirección, es complicado remar contracorriente. A mi, al menos, me cansa y me hastía. La lógica indica que, una vez la situación mejore y la percepción que se tiene de Valencia en toda España se normalice, remitirá la imagen de apestados con la que nos toca cargar a día de hoy. No obstante, sospecho que el trato que reciben Valencia y Levante por parte de cierta prensa nacional -no toda, no soy partidario de generalizar– no cambiará por mucho que la Comunitat expíe los pecados de lujuria y soberbia cometidos en el pasado. Ojalá sólo dependiese de eso. Ojalá fuese tan fácil.
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