18 Ene ¿Y si… el Centenario del Valencia CF nunca terminó?
Escribo esto un 18 de julio de 2020 todavía con la tensión del partido de ayer en un Pizjuán desierto y que fue menos Pizjuán que nunca. Sufriendo, como siempre, pero con final feliz (1-2): el Valencia vuelve a ser equipo de Liga de Campeones para la temporada 20-21. Setenta puntazos. Los mismos que el Atlético de Madrid, del inabordable Atleti del Cholo. No solo eso: la cuarta plaza supone dejar fuera de la élite europea al Sevilla de Julen Lopetegui, la gran revelación de la temporada. Los hispalenses tendrán que conformarse con la Europa League, competición fetiche que seguro no despreciarán y en la que son especialistas.
Pero la Champions es para el Valencia. Por tercer año consecutivo. Un éxito. Guarismos que, recientemente, solo Unai Emery fue capaz de lograr en una competición mucho más amable y menos feroz en la pugna por esos cuatro codiciados billetes al cielo. El ciclo abierto en 2017 continua con éxito este 2020. Un año infame por la pandemia a nivel mundial, pero que al Valencia le reportó un nuevo cuarto puesto, unas semifinales de Copa y otro título más para sus vitrinas conquistado en enero en la lejana Arabia Saudí.
Y, pese a todo… el aficionado sabe que todo pudo ser muy diferente. Que en mayo de 2019 podría haberse roto la magia. Y que, por primera vez en eones en este club, alguien puso cordura en una situación que se venía enquistando desde hacía meses.
Lim acertó.
Tras 5 años, ya era hora. Peter Lim tomó la decisión correcta. Tras proyectos de ida y vuelta, tras una concatenación rocambolesca de ideas, directores deportivos, asesores, ejecutivos y una corte de aduladores nefasta para la salud mental de cualquiera, al fin dio el paso en la dirección correcta movido por la lógica y no por la necesidad. Esa necesidad que le obligó en 2017 a traer a Mateu Alemany y a darle carta blanca a la hora de escoger a Marcelino García Toral. Esa necesidad que le llevó a dar su aprobación a los fichajes que ambos le recomendaron. Ahí había premura; esta vez, hubo cabeza.
Todos saben ya lo ocurrido y no hace falta extenderse: tras conquistar la Copa del Centenario en mayo de 2019, Lim convocó a la plana mayor del club a Singapur para poner los puntos sobre las íes. A pesar de haber dado orden de relegar ese torneo a un segundo plano, las imágenes que vio en directo en el Villamarín, la euforia de la hinchada, la celebración de los jugadores, su paso por los vestuarios para felicitar al staff y cuerpo técnico… Le conmovió. Se dio cuenta de lo importante que es la ilusión en este negocio. Y, lo que es más, se percató de que todo lo que le llegaba a 11.000 kilómetros no era del todo fidedigno. Alguien no le contaba toda la verdad. El vestuario sí era una piña. Los jugadores sí estaban con el entrenador. La afición sí estaba en una nube. Algo fallaba, sí… pero no era Marcelino.
La decisión de Peter Lim en junio de 2019 de relegar a Anil Murthy de sus funciones como presidente y mandarlo de vuelta a Singapur, conferir plenos poderes a Mateu Alemany como CEO y renovar dos temporadas más a Marcelino es, quizá, uno de los puntos de inflexión más importantes del siglo XXI en el Valencia.
No tardamos en ver los resultados: un arranque demoledor en Liga, con las escasas incorporaciones veraniegas haciendo todavía más sólido el granítico bloque cincelado durante las dos temporadas anteriores. La venta de un jugador estrella por 50 millones de euros -Alemany negociando tiene esas cosas- no sólo equilibró las cuentas, también ayudó a fichar esos dos refuerzos que el míster pedía con insistencia.
Pronto el Valencia se instaló en la zona alta de la tabla. Su fiabilidad como local en Mestalla fue asombrosa. Hacía años que la sensación de euforia, de disfrutar cada partido, de saber que al final el resultado acabaría siendo favorable, no se repetía con tanta asiduidad en el coliseo de la Avenida de Suecia. En Champions, donde no había podido perseverar en el pasado, esta vez el cuerpo técnico jugó mejor sus cartas y logró con brillantez la clasificación para octavos tras tumbar al Chelsea en Mestalla y en Londres, empatar con el potente Ajax en casa y construir la madre de todas las ‘barracas’ en Holanda. Primeros de grupo. En esa eliminatoria, la gran sensación del año en Europa –Atalanta– se estampó una y otra vez contra el bloque bajo y el entramado defensivo con denominación de origen asturiano. Todavía se oyen los gritos de Gasperini desde su zona técnica en Mestalla contra el banquillo local durante la tángana en los minutos finales. Al Valencia sólo pudo frenarle el PSG en cuartos. El equipo todavía no está hecho para empresas de este calibre, pero cada año da un paso más en la dirección correcta.
Pero lo más grande llegó en enero, cuando la pandemia todavía era una entelequia. Ninguneados por la Federación, esquilmados en el reparto televisivo, el equipo se plantó en Arabia Saudí con muchas cuentas pendientes. Los árabes disfrutaron en primera persona la ‘masterclass’ de los Parejo, Rodrigo y compañía en semifinales para tumbar al Madrid. Y, en la gran final, con dos equipos casi hermanos en concepción y ejecución, la inspiración desde los once metros regaló al Valencia ante el Atlético su segunda Supercopa de España, hermana de la obtenida en 1999 a las órdenes de Claudio Ranieri. Dani Parejo, por segunda vez en 8 meses, alzó como capitán de nuevo un trofeo al cielo del King Abdullah de Yeda.
Cuartos en Liga, semifinales coperas -no se puede tener todo en la vida-, cuartos de final en Europa y un nuevo título para las vitrinas. Además del aumento de ingresos aparejado por el éxito deportivo, que permitirá mantener gran parte del bloque este verano. La temporada 19-20, maldita para muchos por la covid-19, el ‘parón’ de marzo -¡cómo volvió el equipo tras esos tres meses, como auténticas motos a nivel físico!- y una pandemia que dejó tiritando al mundo, fue amable y gozosa para un club que crece y crece, que vive un Centenario interminable. Pleno de ilusión y esperanza. Que ha celebrado en plenitud ya sus 101 años de vida. Y que, por primera vez, construye sobre terreno firme, con paciencia y con profesionales a los que se deja trabajar.
¿Imaginan ustedes lo diferente que hubiese sido todo si, en verano de 2019, Peter Lim hubiese decidido cargarse a entrenador y director general en lugar de respaldarlos?
Menuda locura, ¿eh?
Y la temporada que viene… Más. Mucho más. Los jóvenes que Pablo Longoria ojeó –Racic, Yunus, Koba…- cada vez tienen mejor pinta, y el trabajo de la dirección deportiva sigue peinando el marcado buscando gangas, chollos y ‘perlas’ que seguro aportarán a la primera plantilla, tarde o temprano. Con un Barça que apunta al fichaje de Ronald Koeman -atentos al desguace que provocará en ese vestuario- y un Madrid al que la suerte zidanesca se le acabará tarde o temprano, será el año de las alternativas. De los proyectos consolidados. De los equipos de autor. Del Atleti de Simeone, del Sevilla de Lopetegui… y del Valencia de Marcelino. El año de asaltar el cielo de la competición doméstica. El año de buscar una nueva hermana a las copas de LaLiga; diecisiete temporadas son ya demasiadas.
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