La profanación del cadáver: ‘Terminator: Genisys’

10 Ago La profanación del cadáver: ‘Terminator: Genisys’

Escena de la película Terminator Genisys

 

Verano de 1992. En una de las innumerables escapadas que mi padre solía hacer al videoclub Liberty (toda una institución en El Cabanyal, desaparecida ya como tantos y tantos recuerdos de un barrio singular), se le ocurrió traer a casa una de esas cintas que había tenido la fortuna de disfrutar en pantalla grande en la década anterior. La incipiente curiosidad infantil me llevó a husmear aquel VHS ya desgastado, en busca de alguna pista sobre su contenido en la etiqueta de la cinta. “Terminator”. Lauren Films Video Hogar.

La vimos aquella noche. El pequeño Paco no pudo dormir. ¿Debido al miedo? Ni pensarlo: debido a la emoción, a la tensión, a la adrenalina. Cuando Sarah Connor presionó el botón rojo y aplastó a ese hijo de puta metálico, el grito del joven cinéfilo fue más propio de un portugués ganando el Balón de Oro. A ver quién era el guapo que pegaba ojo esa noche.

Cuando, un par de semanas después, encontré aquella legendaria caja de plástico negro con Arnold en portada en tonos azules y oscuros, ocupando un lugar de privilegio en la sección de cine del El Corte Inglés… Pueden ustedes imaginar la estampa. “Terminator 2: El Juicio Final”. 2.995 pesetas. ¡Pesetas! El pequeño Paco usó todo el arsenal de trucos a su disposición, incluida la súplica: no abandonaría el edificio de la Calle Colón sin aquel preciado tesoro. Por fortuna para él, Polit padre opuso poca o ninguna resistencia. Papá era de gustos sencillos, en ese aspecto: tras una dura jornada laboral, una peli de acción y una Coca-cola eran su particular descanso del guerrero. De tal palo, tan astilla.

Sería inexacto decir que “Terminator 2” es el filme que más veces he visto. Creo que sería más apropiado recalcar que es el filme que más veces veré hasta el fin de mis días. Es física, temporal y materialmente imposible visionar otra película de manera tan obsesiva. En esa época en la que el niño ya no es tan niño y la adolescencia burbujea en el horizonte, mientras otros jóvenes veían dibujos animados en la tele, yo disfrutaba con un austríaco gigante que repartía hostias de forma primorosa y destruía la mitad de Los Ángeles en apenas dos horas y cuarto de metraje.

Aquel VHS resistió titánicamente el paso de los visionados, aunque tanto manoseo le pasó factura a la carátula de la cinta, que hubo que rehacer a mano armado con mi fiel estuche de Alpino. Había detalles maravillosos, como que la distribuidora en España (Record Visión) incluyese un tráiler de la película… justo antes de la propia película. La estimación que hice en su momento fue de un visionado diario, promedio que los fines de semana aumentaba a dos o tres. Tanta repetición, como es lógico, tuvo efectos secundarios. Kyle Reese memorizó en la primera entrega los rasgos faciales de Sarah Connor en aquella vetusta Polaroid; en mi caso, memoricé cada línea de diálogo, cada explosión, cada insulto o expresión malsonante. Podía cerrar los ojos y ver la película, plano a plano, sin apenas esfuerzo. Voces legendarias como las de Constantino Romero o un joven Roger Pera se convirtieron en parte de mi archivo mental sonoro para siempre.

 

Pasaron los años y llegó la versión extendida en DVD, con su correspondiente dosis de magia. “¿Quieres decir… que hay nuevas escenas?” Más visionados, más análisis, más convicción en que James Cameron hizo que el cine tocase techo en 1991 y de que, a partir de ahí, todo ha ido cuesta abajo. El Blu-Ray costó algo más de encontrar, pero a estas alturas el pequeño Paco ya había crecido hasta convertirse en un tenaz rastreador de material cinematográfico de importación. ¿”Terminator 2” en alta definición 1080p? Sí, por favor, póngame veinte raciones de eso.

Los buenos tiempos… En fin, disculpen el ‘flashback’.

A donde quiero ir a parar es que, amigas y amigos, Terminator tiene una importancia singular para servidor de ustedes. Un hecho contra el que no se puede negociar, ni razonar. Cada persona tiene una película especial, y esta es la mía. Es redonda a todos los niveles: Arnold se mostró en estado de gracia, Robert Patrick convirtió al T-1000 en uno de los villanos más inquietantes del celuloide, los efectos especiales se mantienen vigentes (y creíbles, muy creíbles) casi un cuarto de siglo después, la banda sonora de Brad Fiedel… Puro amor, damas y caballeros. Es perfecta.

Por eso, ‘Terminator 3’ (Jonathan Mostow, 2005) supuso un terrible desengaño. ‘Terminator: Salvation’ (McG, 2009), una patada en la entrepierna. Y la reciente ‘Terminator: Genisys’ (Alan Taylor, 2015), una puñalada en el corazón definitiva y sin vuelta atrás.

Mataron la franquicia, metieron el cadáver en una bolsa y enterraron el cuerpo. Y ahora lo han desenterrado para bajarse los pantalones, miccionar y defecar sobre el (endo)esqueleto y, finalmente, echarlo a un putrefacto pantano de Lousiana a esperar a que los cocodrilos hagan su trabajo.

¿Por dónde empezamos? Reconozco que el primer visionado me dejó frío, sin reacción. “Probaré de nuevo, a ver si…”. Y no, el segundo visionado no mejoró el panorama. Más bien lo empeoró. A lo bestia. Hizo sustituir la decepción por simple y llana mala hostia. El despropósito afecta a todas y cada una de las facetas de la producción, desde los motivos para embarcarse en el proyecto (Megan Ellison necesitaba completar la película para no perder los derechos sobre la franquicia, lo mismo que ha ocurrido con Fox y ‘Los Cuatro Fantásticos’) hasta el casting de los actores, pasando por la elección del director, el argumento, los efectos visuales… Ruina total y absoluta.

El guión arranca con un concepto prometedor, que engaña al espectador durante media hora haciéndole creer que quizá vaya a presenciar algo que valga la pena (una paradoja temporal por aquí, recrear una escena ‘clásica’ por allá)… y luego se convierte en un desarrollo predecible, enmarañado, insulso y carente absolutamente de emoción. El segmento más potable de la quinta entrega se desarrolla precisamente en ese tramo inicial situado en 1984. Y vive, cual sanguijuela, de los recuerdos de grandeza que James Cameron y colaboradores armaron hace treinta años con cuatro cañas y una centésima parte del presupuesto. En mi casa, a eso se le llama vivir de rentas. No es suficiente. Ni aceptable. Ni tolerable.

El drama transmuta en catástrofe cuando echas un vistazo al elenco de actores y descubres horrorizado a Jai Courtney entre ellos. Nada en contra del pobre Jai, que seguro que es majísimo y hace lo que puede. La responsabilidad debe recaer en su agente, que debe ser un artista del humo, y en el director de casting. Porque el australiano, simple y llanamente, es veneno para las franquicias. Fue uno de los lastres de la quinta entrega de ‘Jungla de Cristal’ y lo es también ahora. No le ayuda el hecho de encarnar a un personaje (Kyle Reese) que Michael Biehn convirtió en memorable. Un héroe anónimo, abnegado, cuya función en el filme original era la de poner sobre el tapete las cartas argumentales, desvelar la trama mientras un cyborg asesino le perseguía. Biehn otorgaba al papel un grado altísimo de fortaleza interior, de haber vivido en un infierno diario cuyas heridas podían verse superficialmente en forma de quemaduras y cicatrices, pero que también podían adivinarse a nivel mental. Courtney está mal escogido para encarnar un rol como ese. Chirría. Lo hace prácticamente desde la primera escena en la que aparece. No caeremos en el error de achacárselo tampoco al personaje: Anton Yelchin dio vida a una versión joven de Kyle Reese en la cuarta entrega (2009), y fue de lo poco destacable de aquel desastre. Courtney aparecerá en ‘Escuadrón Suicida’ en 2016. Miedo me da.

Lastrar un filme con un actor mal escogido para un papel no es un hecho aislado. Pasa a menudo. Pero si rodeas a dicho actor con otros que tampoco son capaces de hacer suyos unos personajes ya aparecidos en anteriores entregas, se masca la tragedia. Emilia Clarke (aka. la Khaleesi) no podría ser jamás Sarah Connor ni entrenando diez años en una escuela militar. No posee los matices, la intensidad, las dotes de mando ni la presencia física que Linda Hamilton o Lena Headey infirieron al personaje. Es especialmente sangrante lo de esta última: Headey (también miembro del reparto de ‘Juego de Tronos’ como Clarke) dio vida a Sarah Connor durante las dos temporadas de aquella serie televisiva injustamente cancelada que llevaba su nombre, y supo cómo dar su particular giro a la madre del futuro respetando lo construido anteriormente por Hamilton. Hubiese sido perfecta para el papel. Pero los productores escogieron a Emilia, más joven, más popular, más ‘bonica’… pero mucho menos actriz. Cuestión de marketing. Visto así, se puede llegar a entender desde una perspectiva empresarial, de futuro, de generar ingresos en hipotéticas secuelas. Pero pensar en dichos parámetros sin elaborar un filme sólido en primera instancia supone un riesgo excesivamente alto.

 

Escena de la película Terminator Genisys

Más decepciones: ¿quién pensó en Jason Clarke para encarnar a John Connor? Otro actor que no transmite nada, que no te dice nada. Hizo un gran papel en ‘La Noche Más Oscura’, pero desde entonces ha paseado su rostro insulso por una secuela de ‘El Planeta de los Simios’, ‘Objetivo: La Casa Blanca’ y otras medianías. Echando un vistazo a actores anteriores, todos supieron dar una capa extra de complejidad al personaje. Porque John Connor, como personaje cinematográfico, es la mar de jugoso. Lo hizo Edward Furlong en su versión adolescente rebelde, lo hizo Nick Stahl en su versión traumatizada, lo hizo Thomas Dekker en plena batalla con las hormonas y lo hizo el batmanesco Christian Bale en su faceta más militarizada y post-apocalíptica. Jason Clarke, en cambio, se queda en terreno gris. Ni el principio del filme transmite adhesión por su causa, ni a partir del tramo intermedio (‘spoiler’, aunque todos los trailers destriparon la sorpresa) transmite amenaza una vez convertido en un híbrido entre Skynet y ser humano. Otro villano aburrido, como aquella Terminatrix de la tercera entrega. Otro lastre más.

Sólo J.K. Simmons (excelente en todo lo que hace) consigue brillar en el escaso tiempo que se le concede. Y Arnold, claro. Pero Schwarzenegger también deja dos o tres ‘perlas’ para el análisis. “Viejo, no obsoleto”, repite el T-800 durante el filme. El conocimiento intrínseco del cyborg, la presencia física del austríaco y simplemente el carisma que irradia una megaestrella como Arnold son suficientes para ser de lo más entretenido de toda la película… y ni siquiera eso es suficiente. Evidentemente contar con él es un punto a favor (la cuarta entrega se resintió debido a su ausencia, pese a intentar mitigarla con una versión CGI del robot), pero sus apariciones se diluyen entre tanta insulsez.

Podría pasar horas y horas despedazando la cinta con extrema crueldad, recalcando como los efectos visuales parecen haber involucionado en treinta años, o destacando la escasa originalidad de Alan Taylor (otro director con poco bagaje y formado en la cantera de ‘Juego de Tronos’) en la escenografía de las escenas de acción, o lamentando los arreglos de la banda sonora, o… Ya me entienden. Pero sólo lograría aumentar los niveles de ‘cabreancolía’, ya de por sí bastante altos.

No hay franquicia. Nunca la hubo. Dos filmes, en 1984 y 1991. Y si me apuran, alguna novela gráfica, comics y las dos temporadas de ‘Las Crónicas de Sarah Connor’. Ese es el universo Terminator. ¿Lo demás? Cyborgs de baratillo, endoesqueletos made in Taiwan. No hay franquicia, así que dejen de intentarlo. Dejen de una vez al muerto descansar en paz. No nos estropeen más su recuerdo.

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