‘Mad Max: Fury Road’: George Miller violará tus sentidos

20 May ‘Mad Max: Fury Road’: George Miller violará tus sentidos

Mad Max Fury Road

 

«Guau».

Con tan sucinto resumen verbal y apenas aire en los pulmones te dejan ciento veinte minutos al lado de George Miller en uno de los mayores espectáculos cinematográficos de la última década.

«Mad Max: Fury Road» es la hostia en verso. La polla con cebolla. No hay cantidad de palomitas suficiente para degustar viendo semejante barbaridad. Es cañera, salvaje, irreverente, alocada y demencial. Es tópica, distópica, utópica y atípica, todo a la vez. Es, simple y llanamente, un jodido milagro que la Warner Bros. entregase a Miller ciento cincuenta millones de dólares para rodar algo así. Y el milagro se hizo carne cuando el veteranísimo director australiano entregó a cambio uno de los mayores ‘tour de force’ visuales que se recuerdan.

Si Mad Max no te suena, o lo hace vagamente, no es momento de echarse atrás: las conexiones con anteriores entregas de la saga que lanzase a Mel Gibson al estrellato hace tres décadas son difusas, muy vagas, apenas perceptibles. Ni la primera, ni «El Guerrero de la Carretera», ni «Más Allá de la Cúpula del Trueno» condicionan el hilo argumental de esta cuarta entrega. De hecho, el propio director no la considera una secuela, ni tampoco un ‘reboot’ tan de moda en los últimos años. Gibson ya no está, Hardy ocupa su lugar. Tanto monta, monta tanto. Porque aquí las estrellas no son los actores.

Aquí la estrella es el director. A sus setenta añazos, Miller se la saca sin paliativos, haciendo temblar por el camino los cimientos del ‘status quo’ del cine de acción. Michael Bay, desconsolado, llora en un rincón mientras ve trabajar a papá.

 

Mad Max: Fury Road, Immortan Joe

 

Argumentalmente se puede resumir el filme en apenas dos líneas, un puñado de brochazos sin apenas profundidad. Max Rockatansky (Tom Hardy) es capturado por unos fanáticos liderados por Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne), ‘rey’ de un paraje desolado en un futuro en el que el agua, la leche y la gasolina son lujos al alcance de muy pocos. Pronto, Max se encuentra asociado con Furiosa (Charlize Theron), lugarteniente de Joe quien decide traicionar al cacique al escapar junto a sus cinco ‘reproductoras’ (mujeres más fértiles y de angelical apariencia) en busca de la ‘Zona Verde’, un lugar mítico e idílico donde empezar de cero. Joe se lanza a la caza del grupo, asistido por decenas de sus acólitos entre los que se encuentra Nux (Nicholas Hoult), un joven e impetuoso fanático que persigue una muerte gloriosa que le ofrezca un lugar en el Valhala.

Sobre el papel, una película de acción más. Nada nuevo bajo el sol, ¿verdad? Escarbar un poco nos topa con un giro sorprendente, su primer matiz diferencial: el hecho de que gran parte del metraje transcurra en marcha, una persecución de dos horas que apenas da respiro al espectador. La montaña rusa no decae en ningún momento y, a cada ‘set piece’, accidente, explosión y disparo, les suceden diez iguales o mayores en intensidad, en fuego y en destrucción. Sin concesiones. Sin pausa.

Miller clava con precisión matemática un montaje que será estudiado en el futuro por todos aquellos aspirantes a director, hasta redondear un producto cinético, eléctrico e implacable, en el que por encima de todo destacan dos elementos: la variedad de planos para mostrar siempre el mejor ángulo de la acción (cada uno podría ser, por composición y belleza, un lienzo pictórico sin problema); y, mostrando el camino a otros realizadores que abusan del plano corto y del montaje sin orden ni concierto, un sentido de la geografía impecable, que permite al espectador saber en cada momento dónde se halla el protagonista, dónde se hallan sus acompañantes, vehículos, explosiones, villanos, elementos del paisaje, etc. La factura técnica, como decíamos, es apabullante. Nada de extrañar respecto al filme que tiene el honor de haber contado con el mejor trailer en lo que llevamos de año.

 

 

Si hubiese que buscar un pero a todo el conjunto, curiosamente, habría que apuntar a la sutileza del director respecto a los temas de la cinta. Sí, el argumento es exiguo, muy simple, fácil de seguir. Pero una trama concisa no equivale a poca complejidad. La comparación puede hacerse con un coche de carreras: Miller desguaza el vehículo y lo libera de todo lo superfluo hasta dejar apenas el armazón (lo argumental), el potente motor (lo visual) y la pericia del conductor a los mandos (lo espiritual). Por eso el metraje es ágil y se degusta con fruición: el coche va a velocidad de vértigo. Pero en la mente del conductor puede hallarse una mayor profundidad condensada en el mensaje claramente feminista de la cinta, que tantas voces críticas ha suscitado, y que encaja con la temática de las otras entregas de la saga. Furiosa y su grupo de mujeres son las verdaderas protagonista, dejando a Max el papel de espectador, de personaje que reacciona a los hechos y no los provoca. Incluso en esto último Miller huye de tópicos para subvertir roles predeterminados y agitar no sólo visualmente, sino tambien mentalmente, la conciencia del espectador.

En un verano en el que el ‘blockbuster’ abundará en cantidades industriales («La Era de Ultrón» ya dio el pistoletazo de salida), es refrescante que un gran estudio se la haya jugado con un producto así. George Miller y su última criatura son, como decíamos, un milagro cinematográfico, una reminiscencia de una época en la que el cine tenía cojones, sin importar que sus protagonistas fueran hombres o mujeres. Cine que merece una continuidad frente a un panorama actual sin chicha, sin personalidad y prefabricado desde su misma concepción. Frente a eso, siempre nos quedará un Spielberg, un Scorcese, un Eastwood que reivindique la vitalidad innata de la vieja escuela. O, tras mucho tiempo de ausencia, un George Miller en plena forma y capaz de violar visualmente tus sentidos hasta dejarte exausto. Y con ganas de repetir.

«¡Qué día! ¡Qué gran día!»

 

Nicholas Hoult in Mad Max: Fury Roadie

 

 

 

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