«Se creen que lo saben todo…»

03 Nov «Se creen que lo saben todo…»

Ha ocurrido. Ya soy uno de ‘ellos’. Ya formo parte de esa generación que hasta hace cuatro días observaba a los «mayores» (sic) desde la distancia, con cautela, como no queriendo acercarme demasiado para que no se me pegase nada raro. Hace poco, lo que parecen unas semanas y en realidad es más de una década, miraba con cierta sorna a la gente veterana y sus enfados con los jóvenes, sus cabreos, reproches y broncas, puño en alto e indignados con su actitud, sus comentarios o simplemente por existir. «Se creen que lo saben todo…», musitaban entre dientes mientras daban media vuelta y seguían su camino, dejando atrás al típico muchachuelo de veinte años y con mucho que vivir todavía, muerto de la risa y con esa sensación de superioridad y plenitud del que es joven, tiene ‘empenta’ y todo se la pela. La vida es para el. Carpe diem.

Ya soy uno de ‘ellos’, decía, porque miro hacia atrás, hacia nuestros sucesores, y está el tema como para preocuparse. Hablo del ámbito periodístico, claro: en el resto de facetas, como la tecnológica, hoy en día cualquier criajo que apenas levanta dos palmos del suelo maneja un móvil o tablet con una soltura que yo no podría ni imaginar. No, ese no es el problema. Soy uno de ‘ellos’ porque ya me vienen topicazos a la cabeza con una facilidad pasmosa. El otro día se me escapó un «yo, a tu edad…» hablando con un chaval de dieciocho años. Muy, muy duro.

Centremos el tiro: en el ámbito periodístico, el concepto que las nuevas generaciones tienen se ha desvirtuado y pervertido en tan alto grado que ni siquiera deberíamos llamarlo ‘periodismo’ como tal. Ocurrió en Twitter, cómo no, hace unos días. En una de esas costumbres raras que tiene uno –charlar y debatir con todo el mundo, siempre que se haga con educación-, un tipo que decía ser «estudiante de 3º de periodismo» -así aparecía en su biografía– se dedicaba a sermonearme sobre cómo tenía que ejercer mi profesión, lo que tenía que escribir, lo que tenía que opinar -y tuitear- y, para rematar, decir algo así como que la prensa catalana es una castaña pero que la valenciana no se quedaba atrás, porque sólo había que leerme (sic).

Reconozco que me impactó que un chaval que ni siquiera ha terminado la carrera se permitiera el lujo de dar lecciones a cualquiera. Me impactó, porque inmediatamente eché la vista atrás y pensé en qué actitud había mostrado yo con veinte años ante tesituras similares. No había Twitter, claro. Ni Facebook. Ni Instagram ni mandangas similares. Vale, no existían apenas herramientas para ponerte en contacto con periodistas contrastados, más allá del cara a cara. Pero incluso en esos últimos casos, recuerdo que mi actitud era diametralmente opuesta: enchufaba el ‘modo esponja’ y me dedicaba a observar e imitar, aprender y tomar nota de cómo periodistas veteranos se desenvolvían en el medio.

Y a escuchar. Y a leer. Escuchaba y leía mucho a tipos como Luis Furió, Chimo Ballesta, Ferches Miñana, Nacho Cotino, Paco Lloret, Manolo Montalt, Vicent Chilet, Eduardo Esteve, Fernando Álvarez, Sergio Aspas, Kike Mateu, Josep Rovira, Vicente Bau, Pepe Aguilar, Pedro Morata, Julio Insa, Toni Hernández… Estilos diferentes, líneas editoriales opuestas -y contrapuestas- en muchas ocasiones, pero un denominador común: no eran novatos. Eran gente con ‘mili’ hecha y muchos kilómetros en la mochila. Tipos a los que respetar y de los que aprender cosas buenas y tomar nota de aquellas que no me gustaría repetir. Y con eso, con tiempo y con muchos fallos por el camino… acabar con un estilo propio. Ni mejor, ni peor: propio.

Claro, también me gustaba lo que hacía. Me apasionaba trabajar en lo que me gustaba. Me encantaba aprender, incluso como becario y sin cobrar al principio, como tantos y tantos otros. Era una vocación. Era… Era otra cosa.

Ahora, cualquiera con tiempo libre y una pizca de jeta pueda abrirse una cuenta de Twitter y copiar cuatro o cinco ‘noticias’, dar cuatro o cinco opiniones incendiarias y considerarse a si mismo ‘periodista’, intrépido reportero de redes sociales sin haber pisado la calle ni una vez ni haberse comido una ‘guardia’ de seis, siete, diez horas. Rápido, fácil, de recompensa inmediata. Ínfulas, ‘dárselas de’. Poca realidad y mucho postureo. Y claro, ir por la vida diciéndole a los demás lo que tienen que opinar y cómo deben hacer su trabajo, sin haber levantado un teléfono ni dado un tema en su vida.

Quizá sea un ejemplo muy extremo. De hecho, lo es: por cada ‘troll’ de las redes con ganas de protagonismo en lugar de honrar el oficio, hay cinco o seis jóvenes promesas con ganas, con ‘empenta’ y a los que no se la pela todo. A ellos, a vosotros: no os dejéis avasallar. Y por el amor de Dios, al principio de vuestra travesía, abrid bien las orejas y ESCUCHAD. Ya tendréis tiempo de hablar.

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